La naturaleza contra el arte pop
El arte “pobre” surgió en los ‘60 como revés de trama del arte pop. Penone es uno de sus más lúcidos exponentes.
De la serie Repetir el bosque (1969-2002): tronco vaciado para rescatar el árbol.
Por Fabian Lebenglik Desde Barcelona
Giuseppe Penone (nacido en Garessio, Italia, en 1947) es uno de los grandes artistas de la segunda mitad del siglo XX y se dio a conocer en la década del ‘60, en el marco del arte povera.
La Caixa Forum de esta ciudad inauguró una extraordinaria muestra retrospectiva –concebida y realizada por el Centro Pompidou de París, con curaduría de Catherine Grenier– que sigue hasta mediados de enero del 2005. La exposición, repartida temáticamente en nueve salas, abarca ochenta piezas fechadas entre los años ‘60 y el presente.
El eje de la obra de Penone es, desde hace casi cuarenta años, la naturaleza y la relación del hombre con el entorno. Los materiales que utiliza son madera, hojas, arcilla, ramas, mármol, yeso, vidrio, piedras, agua, bronce, fotografías, proyecciones, etcétera. Su obra forma parte de una tradición artística europea que se dio a conocer en relación con las revueltas de Mayo del ‘68. Su educación y formación coincidieron con la reconfiguración social de la Italia de los años ‘50 y con la veloz transformación que llevó al país de una economía y una cultura agrarias, a una cultura de tipo industrial. El arte “pobre” –como lo hace Penone– parte de preguntas filosóficas para cuestionar la producción artística más difundida: ¿qué es el arte? ¿Cuál es la relación del arte con la vida y cuál la relación entre la cultura y la naturaleza? Y luego, más elaboradamente, ¿cómo debe mostrarse el arte para sostener su capacidad poética? ¿Cómo interpelar al otro en un mundo donde la imagen satura la mirada hasta volverla banal?
Desde su inclusión en el arte povera, tendencia definida y bautizada por el crítico y teórico italiano Germano Celant, para reunir artistas como Mario Merz, Michelangelo Pistoletto, Mario Cerioli, Jannis Kounellis, Luciano Fabro y Anselmo, entre otros, sus exposiciones han sido notablemente poéticas y han estimulado la interpretación abierta.
“El arte povera –decían sus fundadores– está ligado a la vida. En él existe el concepto de que es necesario introducir en el arte cualquier elemento de la vida, y no eliminarlo pensando que la vida y el arte se excluyen recíprocamente.” La pertenencia al arte “pobre” tenía más que ver con un espíritu de época que con una militancia y una conciencia de grupo.
Germano Celant, quien siguió siendo un crítico relevante en el panorama del arte internacional, afirma –a fines de los ‘60– que el arte povera “representa un enfoque del arte básicamente anticomercial, efímero, trivial y antiformal, cuya máxima preocupación son las cualidades físicas del medio y la mutabilidad de los materiales. Su importancia radica en el compromiso de los artistas con los materiales reales; con la realidad en su conjunto y en su intento de llegar a una forma de interpretación de esa realidad que, aunque sea difícil de entender, resulta sutil, cerebral, fugaz, privada, intensa”.
La tendencia del arte povera, según explican, “al renunciar a la iconografía, también renuncia a la superficie pintada, que constituye su forma de expresión más común; en un sentido más general, se niega a aceptar el concepto de producto, de obra, y a cambio ofrece no tanto el resultado de un proceso sino el propio proceso mientras está teniendo lugar”. Casi simultáneo al arte pop, el arte povera era algo así como su revés: renegaba del mercado y de las estridencias, así como de opulencia, la cultura de masas y sus iconos, para volcarse de lleno a la naturaleza.
A través de su obra, Penone reflexiona acerca de la relación entre el hombre y la naturaleza. Su trabajo incluye esta relación, asociando materiales tomados de la naturaleza con fragmentos o huellas del cuerpo humano. Una pieza de mármol, por ejemplo, está tallada de modo que sus vetas de superficie se transforman en venas. La obra se completa con un detalle sorprendente: en un orificio de la superficie del mármol fluye un hilo de agua que recorre algunos centímetros del mármol para luego escurrirse por otro orificio. Ejemplo dos: una parva de hojas secas revela la huella perfecta del cuerpo de alguien que se supone estuvo allí. En este sentido, los materiales de las obras de Penone siempre exhiben una carga de fragilidad y de intensa memoria. Se trata de una memoria material, muy sutil, que siempre se verifica físicamente. La memoria no sería algo volátil sino palpable, olfativo y visible.
Junto con el componente visual, el arista utiliza el tacto y el olfato como constitutivos de muchos de estos trabajos. En la sala 4, por ejemplo, las paredes en penumbras están tapizadas con hojas de laurel sostenidas y empaquetadas en mallas de metal. La obra lleva el título Respirar la sombra, y en ella prevalece el sentido del olfato por sobre lo visual. En la pared del fondo, escondidas entre las parvas empaquetadas, una serie de hojas pintadas de dorado conforman la imagen de dos pulmones que terminan anclando la metáfora del título en una referencia corporal y fisiológica.
La exposición se abre con las obras de los años ‘60, cuando el artista trabajaba en los bosques de los Alpes, cerca de Garessio, su ciudad natal. Una serie de fotografías documenta las huellas, incisiones y marcas que el artista realiza sobre los árboles. Las fotos muestran, por ejemplo, cómo el artista clava en un árbol una barra de metal que tiene inscripto el alfabeto y los números, una irrupción violenta de la cultura sobre la naturaleza.
En la deslumbrante sala dos se presenta un trabajo de largo aliento: Repetir el bosque (1969-2002), que consiste en una serie de troncos –de pie o recostados–, maderos, tablones y durmientes, que el artista recupera de su abandono y luego tallada cuidadosamente –en una operación de vaciado– para recuperar la forma del árbol original, con sus ramas y nudos. El resultado es asombroso: una de las denuncias más poéticas y laboriosas que se hayan hecho nunca contra la tala indiscriminada. Y al mismo tiempo un bello grupo escultórico de dimensiones monumentales, con troncos de hasta 5 metros de altura.
En la sala 3 se exhiben los Soplos, enormes piezas de terracota –que lucen como extrañas ánforas– inspiradas en los dibujos que realizaba Leonardo Da Vinci para representar el movimiento de los vientos. Cada pieza se supone que materializa el acto de soplar, así como remiten a la metáfora del soplo vital y de la “inspiración”.
El mármol atravesado por venas –citado más arriba– ocupa la sala 6, junto con una serie de piezas e instalaciones en las que el artista trabaja alrededor de la idea de asociar los elementos de la naturaleza con el cuerpo humano, para sugerir obras donde la asociación es de carácter simbiótico.
Una obra que en los comienzos de su trayectoria artística fue como un manifiesto de su poética, es Invertir los propios ojos. Consiste en lentes de contacto espejadas, de modo que cuando el artista se las colocaba quedaba “ciego”, pero sus ojos –a través de estas lentes espejadas– reflejaban lo que él debería estar viendo. Se trata de una ampliación del campo de la visión en términos metafóricos y filosóficos.
Para Penone, “el hombre escapará de sus límites mediante la integración con la naturaleza, reconfigurándose como otro, siendo un árbol, siendo lenguaje, siendo un río”. En este sentido, la reconfiguración aludida se puede ver en la obra Ser río, en que el artista elige convertirse en copista y, al modo de un Pierre Menard de la escultura, cincela copias exactas de piedras de río; las duplica y exhibe pareadas –originales y copias– de modo que resulta casi imposible discernir cuál es la verdadera y cuál la réplica. Esta relación entre original y copia puede pensarse también como una reflexión alrededor de los conceptos de autoría y estilo, que para Penone se enmarcan dentro de cuestiones como el azar, la cultura, la sociedad y el paso del tiempo. Sus obras más recientes lucen como gigantescos dibujos (de hasta 10 metros por tres), realizados con espinas de acacia. Una de estas obras, por caso, vista a la distancia evoca unos labios cerrados. Otra serie de trabajos actuales está hecha con corteza de cedro, cuero y descarte de oro.
Penone busca extender la red artística, de modo que cada obra de arte no sólo se perciba como parte de una trama exclusivamente artística sino también como un nuevo objeto en el mundo, capaz de poder entrar en relación y concatenarse con la naturaleza y con el hombre, fuera del ámbito de galerías y museos, fuera del coto cerrado que establecen las convenciones. Así, cuando se habla de los artistas como “creadores”, Penone prefiere pensarse como un “revelador”, dado que lo suyo es fruto de la observación y la manipulación.
Giuseppe Penone (nacido en Garessio, Italia, en 1947) es uno de los grandes artistas de la segunda mitad del siglo XX y se dio a conocer en la década del ‘60, en el marco del arte povera.
La Caixa Forum de esta ciudad inauguró una extraordinaria muestra retrospectiva –concebida y realizada por el Centro Pompidou de París, con curaduría de Catherine Grenier– que sigue hasta mediados de enero del 2005. La exposición, repartida temáticamente en nueve salas, abarca ochenta piezas fechadas entre los años ‘60 y el presente.
El eje de la obra de Penone es, desde hace casi cuarenta años, la naturaleza y la relación del hombre con el entorno. Los materiales que utiliza son madera, hojas, arcilla, ramas, mármol, yeso, vidrio, piedras, agua, bronce, fotografías, proyecciones, etcétera. Su obra forma parte de una tradición artística europea que se dio a conocer en relación con las revueltas de Mayo del ‘68. Su educación y formación coincidieron con la reconfiguración social de la Italia de los años ‘50 y con la veloz transformación que llevó al país de una economía y una cultura agrarias, a una cultura de tipo industrial. El arte “pobre” –como lo hace Penone– parte de preguntas filosóficas para cuestionar la producción artística más difundida: ¿qué es el arte? ¿Cuál es la relación del arte con la vida y cuál la relación entre la cultura y la naturaleza? Y luego, más elaboradamente, ¿cómo debe mostrarse el arte para sostener su capacidad poética? ¿Cómo interpelar al otro en un mundo donde la imagen satura la mirada hasta volverla banal?
Desde su inclusión en el arte povera, tendencia definida y bautizada por el crítico y teórico italiano Germano Celant, para reunir artistas como Mario Merz, Michelangelo Pistoletto, Mario Cerioli, Jannis Kounellis, Luciano Fabro y Anselmo, entre otros, sus exposiciones han sido notablemente poéticas y han estimulado la interpretación abierta.
“El arte povera –decían sus fundadores– está ligado a la vida. En él existe el concepto de que es necesario introducir en el arte cualquier elemento de la vida, y no eliminarlo pensando que la vida y el arte se excluyen recíprocamente.” La pertenencia al arte “pobre” tenía más que ver con un espíritu de época que con una militancia y una conciencia de grupo.
Germano Celant, quien siguió siendo un crítico relevante en el panorama del arte internacional, afirma –a fines de los ‘60– que el arte povera “representa un enfoque del arte básicamente anticomercial, efímero, trivial y antiformal, cuya máxima preocupación son las cualidades físicas del medio y la mutabilidad de los materiales. Su importancia radica en el compromiso de los artistas con los materiales reales; con la realidad en su conjunto y en su intento de llegar a una forma de interpretación de esa realidad que, aunque sea difícil de entender, resulta sutil, cerebral, fugaz, privada, intensa”.
La tendencia del arte povera, según explican, “al renunciar a la iconografía, también renuncia a la superficie pintada, que constituye su forma de expresión más común; en un sentido más general, se niega a aceptar el concepto de producto, de obra, y a cambio ofrece no tanto el resultado de un proceso sino el propio proceso mientras está teniendo lugar”. Casi simultáneo al arte pop, el arte povera era algo así como su revés: renegaba del mercado y de las estridencias, así como de opulencia, la cultura de masas y sus iconos, para volcarse de lleno a la naturaleza.
A través de su obra, Penone reflexiona acerca de la relación entre el hombre y la naturaleza. Su trabajo incluye esta relación, asociando materiales tomados de la naturaleza con fragmentos o huellas del cuerpo humano. Una pieza de mármol, por ejemplo, está tallada de modo que sus vetas de superficie se transforman en venas. La obra se completa con un detalle sorprendente: en un orificio de la superficie del mármol fluye un hilo de agua que recorre algunos centímetros del mármol para luego escurrirse por otro orificio. Ejemplo dos: una parva de hojas secas revela la huella perfecta del cuerpo de alguien que se supone estuvo allí. En este sentido, los materiales de las obras de Penone siempre exhiben una carga de fragilidad y de intensa memoria. Se trata de una memoria material, muy sutil, que siempre se verifica físicamente. La memoria no sería algo volátil sino palpable, olfativo y visible.
Junto con el componente visual, el arista utiliza el tacto y el olfato como constitutivos de muchos de estos trabajos. En la sala 4, por ejemplo, las paredes en penumbras están tapizadas con hojas de laurel sostenidas y empaquetadas en mallas de metal. La obra lleva el título Respirar la sombra, y en ella prevalece el sentido del olfato por sobre lo visual. En la pared del fondo, escondidas entre las parvas empaquetadas, una serie de hojas pintadas de dorado conforman la imagen de dos pulmones que terminan anclando la metáfora del título en una referencia corporal y fisiológica.
La exposición se abre con las obras de los años ‘60, cuando el artista trabajaba en los bosques de los Alpes, cerca de Garessio, su ciudad natal. Una serie de fotografías documenta las huellas, incisiones y marcas que el artista realiza sobre los árboles. Las fotos muestran, por ejemplo, cómo el artista clava en un árbol una barra de metal que tiene inscripto el alfabeto y los números, una irrupción violenta de la cultura sobre la naturaleza.
En la deslumbrante sala dos se presenta un trabajo de largo aliento: Repetir el bosque (1969-2002), que consiste en una serie de troncos –de pie o recostados–, maderos, tablones y durmientes, que el artista recupera de su abandono y luego tallada cuidadosamente –en una operación de vaciado– para recuperar la forma del árbol original, con sus ramas y nudos. El resultado es asombroso: una de las denuncias más poéticas y laboriosas que se hayan hecho nunca contra la tala indiscriminada. Y al mismo tiempo un bello grupo escultórico de dimensiones monumentales, con troncos de hasta 5 metros de altura.
En la sala 3 se exhiben los Soplos, enormes piezas de terracota –que lucen como extrañas ánforas– inspiradas en los dibujos que realizaba Leonardo Da Vinci para representar el movimiento de los vientos. Cada pieza se supone que materializa el acto de soplar, así como remiten a la metáfora del soplo vital y de la “inspiración”.
El mármol atravesado por venas –citado más arriba– ocupa la sala 6, junto con una serie de piezas e instalaciones en las que el artista trabaja alrededor de la idea de asociar los elementos de la naturaleza con el cuerpo humano, para sugerir obras donde la asociación es de carácter simbiótico.
Una obra que en los comienzos de su trayectoria artística fue como un manifiesto de su poética, es Invertir los propios ojos. Consiste en lentes de contacto espejadas, de modo que cuando el artista se las colocaba quedaba “ciego”, pero sus ojos –a través de estas lentes espejadas– reflejaban lo que él debería estar viendo. Se trata de una ampliación del campo de la visión en términos metafóricos y filosóficos.
Para Penone, “el hombre escapará de sus límites mediante la integración con la naturaleza, reconfigurándose como otro, siendo un árbol, siendo lenguaje, siendo un río”. En este sentido, la reconfiguración aludida se puede ver en la obra Ser río, en que el artista elige convertirse en copista y, al modo de un Pierre Menard de la escultura, cincela copias exactas de piedras de río; las duplica y exhibe pareadas –originales y copias– de modo que resulta casi imposible discernir cuál es la verdadera y cuál la réplica. Esta relación entre original y copia puede pensarse también como una reflexión alrededor de los conceptos de autoría y estilo, que para Penone se enmarcan dentro de cuestiones como el azar, la cultura, la sociedad y el paso del tiempo. Sus obras más recientes lucen como gigantescos dibujos (de hasta 10 metros por tres), realizados con espinas de acacia. Una de estas obras, por caso, vista a la distancia evoca unos labios cerrados. Otra serie de trabajos actuales está hecha con corteza de cedro, cuero y descarte de oro.
Penone busca extender la red artística, de modo que cada obra de arte no sólo se perciba como parte de una trama exclusivamente artística sino también como un nuevo objeto en el mundo, capaz de poder entrar en relación y concatenarse con la naturaleza y con el hombre, fuera del ámbito de galerías y museos, fuera del coto cerrado que establecen las convenciones. Así, cuando se habla de los artistas como “creadores”, Penone prefiere pensarse como un “revelador”, dado que lo suyo es fruto de la observación y la manipulación.
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