OTRO MORRISON. Jóvenes epifanías
“Cayó el mito de poeta maldito, borracho exhibicionista, iconoclasta y genial”, leí en un periódico gratuito, esos de usar y tirar en una de las papeleras del suburbano yendo al curro. Resulta que unos historiadores de Florida han descubierto que Jimbo alguna vez fue “normal”. Y lo han hecho gracias al cine, con un cortometraje en blanco y negro que dura 16 minutos, está fechado en 1964 y en el que el Rey Lagarto aparece como un pringado -con el pelo corto y algunos kilos de más- angustiado por haber sido rechazado para entrar en la universidad. ¡Qué lumbreras los historiadores! Resulta que Morrison, antes de abrirse camino hacia el otro lado, era una persona corriente y moliente, preocupado por los suspensos, el acné y las chicas. No sé por qué esto es noticia de agencia, ignoro la razón por la que a más de un redactor le parece perturbador que Morrison fuese un cutre antes de que se le cruzasen en el camino William Blake, Arthur Rimbaud y otros amiguetes. Todos hemos sido muy lamentables antes de ser Rey Lagarto o Conde Lagartija, regordetes o fideos acomplejados hasta que -y no a todos, sólo a unos cuantos- una especie de epifanía se nos cruzó en la larga, cadenciosa y supuestamente irremediable marcha hacia la futilidad. Entonces el don nadie de la fila de atrás, el del sector de los perdedores o freaks cambia, muta. Y es ahí donde está y a veces se hace la historia, no antes. Morrison, que acabó matriculándose en la UCLA, la mítica Universidad de California donde estudio Coppola, iba para director de cine. Allí conoció a Ray Manzarek, que también iba para cineasta e idolatraba hasta el fanatismo la Nouvelle Vague. En su corto Induction (1965) aparece Jimbo, cuya película de iniciación no convenció. Era, como la de Ray, una extraña y hermética parrafadas en blanco y negro acusada de godarditis aguda, como era de esperar en los sesenta.
Jim dejó a un lado su inicial vocación de cineasta y se pasó a la canción, donde se agigantó, se convirtió en Dionisio y quiso seguir, en lo cinematográfico, la estela del Hopper de Easy Rider. Ahí está, para que lo demuestren algún día otros historiadores, su película maldita HWY: An American Pastoral (1969), una rareza firmada por su coleguita Paul Ferrara y escrita con Morrison, Babe Hill y Frank Lisciandro. Pocos la han visto, pero dicen que tiene una banda sonora acojonante, algo de Antonioni (largos planos rodados en el desierto), Kenneth Anger (cineasta maldito donde los haya) y Andy Warhol, al que llegó a conocer y seducir en su Factory neoyorquina. Los propios clips de los Doors (recopilados en Feast of Friends, Lions Love o The Doors Are Open), rodados en una época en la que no había MTV, eran auténticas joyas de la provocación y la imaginación visual. El surrealismo de Breton y Buñuel tuvo muy dignos herederos. Como Morrison con la contracultura, el genio de Calanda también tuvo su joven epifanía con el surrealismo y llegó a definirlo: “Había encontrado una moral coherente y estricta, sin una falla, contraria a la moral corriente, que nos parecía abominable, pues nosotros rechazábamos en bloque los valores convencionales. Nuestra moral exaltaba la pasión, las mixtificación, el insulto, la risa malévola, la atracción de las simas. Era más exigente y peligrosa pero también más firme, más coherente y más densa que la otra”. El surrealismo, como se dijo, no murió, se transformó, pasó de los colgados de Montparnasse a los flipados de Greenwich Village o Venice Beach.
Tras leer lo de Morrison, he recuperado a los Doors, me he puesto incienso, he descorchado otra botella, me he encendido un rubio y he pensado mucho en mis amigos de barbacoa playera, de borrachera, de maría y -a veces- de tripi. Si alguno de ellos me lee, Napalm o Julián, les digo que llegará el día en el que nos podamos ver horrorizados ante una insultante peli casera que nos muestre como la que muestra ahora a Jim. Entonces esbozaremos la mejor de nuestras sonrisas, la convertiremos en una carcajada loca y seguiremos con la representación. Animo a hacer lo que predicaba Emerson: “Sintámonos ofendidos por la suave mediocridad y la sórdida satisfacción de estos tiempos, y reprendámosla”. Los bandos están elegidos, preparemos nuestras cámaras digitales, afilemos nuestros teclados, que se abra el remendado telón. Is everybody in? The ceremony is about to begin!
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